Ciudad grande, va deprisa...

La venas de la ciudad son negras.
De asfalto negro, de escarcha negra.
Rosas y lirios de sangre llevan,
manos abiertas como azucenas.
Y otras cerradas y fatigadas,
Pútridas sombras
ajadas y viejas.

Las venas de la ciudad,
son metálicos raíles,
sepultados y largos,
como la reata de sueños
de los espectros que te miran,
siempre de paso,
allí enterrados.

Decálogo

Pasear, es estirar el alma.
Lavar lo que está sucio,
ahí adentro, y tenderlo al sol.
Si además canturreas,
y usas la cadencia de tus pasos,
como un metrónomo,
en unos pocos compases,
te sentirás feliz.
El bienestar conseguido
es directamente proporcional,
a la distancia recorrida.
Montar en bicicleta produce
un efecto equivalente,
aunque hay que prestar,
mayor atención a la conducción.
Más de un ciclista, ensimismado,
pedaleando en un halo de felicidad,
y con el viento acariciando su cara,
ha tenido que ejecutar un rápido
requiebro, de manillar,
para no terminar abruptamente
su paseo velocípedo.

Decidle al viento...

Decidle al viento que silbe su tonada,
esa que acaba de aprender,
que levante a la piedras, su alborada,
y las vista de luz el amanecer.
Despertar, paredes de caliza,
desperezaros, vigas de madera,
ventanales y galerías de antaño,
rojas tejas de arcilla y barro,
aleros tallados de filigranas.
Caminos antiguos, enseñadnos
de dónde venís, tan cegados
de soledades.
Hora es de que se vuelva rojo el llar,
y chirríen en él, el roble y el haya.
Que se escuche la xácara de los niños,
tal y como se sintió en aquel otro tiempo.
Que no reviente tu güerta de yerba verde,
que el orégano impregne las cocinas,
y la hortelana te vuelva a besar.
Que tus pies sean lláganas
que soporten tu cuerpo.
Y que este verano cálido, y perezoso,
se quede con nosotros, para siempre,
y se contagie como una epidemia del alma.